Por ATA - Sylvia Rivera
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1 de julio de 2025
Las primeras en resistir, las últimas en ser nombradas Marsha P. Johnson, afrodescendiente, activista y performer callejera, fue una de las figuras clave en la revuelta de Stonewall en 1969. Lo mismo Sylvia Rivera, mujer trans latina de origen puertorriqueño y venezolana, que luchó por los derechos de personas sin hogar, trabajadoras sexuales y jóvenes trans en la calle. Ambas fueron fundadoras de STAR (Street Transvestite Action Revolutionaries), una de las primeras organizaciones en proveer refugio a personas trans sin hogar en Nueva York. Sin embargo, durante años fueron ignoradas por el movimiento LGBT dominante, que las consideraba “demasiado radicales” o “demasiado incómodas”. “Luchamos por ustedes y ahora no nos quieren aquí”, reclamó Sylvia Rivera en su célebre discurso de 1973, en el que fue abucheada durante la marcha del orgullo gay por exigir reconocimiento a las personas trans. El racismo y la transfobia dentro del propio movimiento El caso de Marsha y Sylvia no es anecdótico: refleja una constante histórica. El movimiento LGBTIQ+ ha tenido avances clave, pero también ha replicado jerarquías de raza, clase y género. Mientras algunas conquistas —como el matrimonio igualitario— han beneficiado a sectores blancos y de clase media, los derechos más urgentes de las personas trans racializadas siguen postergados: salud, vivienda, empleo, justicia ante la violencia. “No hay Pride para algunas sin justicia para todas”, ha dicho Raquel Willis, periodista y activista afroamericana trans, una de las voces más relevantes hoy en EEUU “No podemos seguir invisibilizando a las que iniciaron todo esto”. En 2020, tras el asesinato de George Floyd, se convocó la Black Trans Lives Matter March en Brooklyn. Miles marcharon en silencio, vistiendo de blanco, exigiendo justicia por mujeres trans negras asesinadas como Layleen Polanco, Dominique Fells y Riah Milton. ¿Y en América Latina? Las Silvias de acá En México, nombres como Kenya Cuevas se alzan en ese mismo espíritu. Cuevas, mujer trans y activista, fundó la organización Casa de las Muñecas Tiresias tras el transfeminicidio de su amiga Paola Buenrostro, en 2016. Desde entonces, ha luchado por justicia, vivienda y derechos para mujeres trans sin hogar o privadas de la libertad. Nosotras somos las Marsha de Latinoamérica, pero aquí nos matan más y nos escuchan menos”, dijo Cuevas en entrevista con Animal Político. Las cifras la respaldan: según Letra S, México es uno de los países con más asesinatos de personas trans en el mundo. A pesar de eso, el acceso a refugios, atención médica integral o justicia judicial sigue siendo marginal. Otras voces, otras fundadoras Además de Marsha y Sylvia, otras mujeres trans racializadas han sido pilares del movimiento y rara vez se les menciona: Miss Major Griffin-Gracy, activista afroamericana y sobreviviente de Stonewall, que ha trabajado por décadas en la defensa de personas trans encarceladas. Cecilia Gentili, argentina migrante trans, activista por los derechos de las personas con VIH, fallecida en 2024, a quien se le rindió homenaje póstumo con un funeral en la Catedral de San Patricio de Nueva York. Su familia denunció que fue utilizado por sectores conservadores para limpiar una imagen pública sin comprometerse con sus causas reales. “Las instituciones que nos matan quieren ahora poner nuestras caras en sus vitrales”, dijo la activista estadounidense Ceyenne Doroshow tras ese homenaje. ¿Por qué se las sigue excluyendo? El sistema de reconocimiento siempre ha sido selectivo: premia lo asimilable y descarta lo incómodo. La figura del gay blanco cisgénero ha ocupado el centro del relato, mientras las fundadoras —las que vivieron en la calle, hicieron trabajo sexual o vivieron con VIH— siguen relegadas a los márgenes del discurso y las políticas públicas. “Nos volvemos estatuas antes de ser sujetas con derechos”, escribió la historiadora Tourmaline, también mujer trans negra y realizadora del documental Happy Birthday, Marsha!. Orgullo no es sinónimo de inclusión si excluye a sus fundadoras Decir Marsha y Sylvia no es suficiente. Reconocerlas implica transformar radicalmente las condiciones de vida de las mujeres trans racializadas hoy. Significa priorizar leyes antidiscriminatorias, acceso a la vivienda, salud sin estigmas, reconocimiento legal de la identidad y justicia ante la violencia. Significa también revisar el relato que contamos cada junio: ¿a quién ponemos en las pancartas y a quién dejamos fuera de la historia? Sin ellas no habría movimiento. Pero con ellas, el movimiento debe volver a incomodar. https://www.lja.mx